Clásico regiomontano, Monterrey vs. Tigres |
El primero fue aquel instante en la primaria en que aprendí algo que la mayoría ya sabía. No sé qué edad tenía pero recuerdo perfectamente cómo mi mente entendió el significado de esa fórmula tan grandiosa que define lo más hermoso del futbol: “si la pelota pasa en medio de las dos piedras es gol”. Lo entendí, lo abracé y sentí como si hubiera descubierto algo nuevo. El gol, algo tan simple, tan bello, tan obvio, entendido por un niño, lo más hermoso del futbol. El gol me hizo futbolero. ¿Qué sería del futbol sin el gol? Pero este escrito no trata del gol.
Lo segundo que me hizo amante de este deporte es un cuestionamiento recurrente, también durante mis años mozos. Benditos 80’s. “¿A qué equipo le vas?”, era la pregunta que se repetía. La respuesta variaba pero mayoritariamente eran dos las contestaciones. Mi resolución era automática. Mi mente lo tenía grabado de fábrica. Todos los razonamientos infantiles llegaban a donde mismo: “al equipo de la ciudad”, “al que lleva mi color preferido”. “Al Monterrey”, contestaba. Con orgullo, seguro de lo que decía, como algo que nunca cambiaría, sin necesidad de contar estrellas y aunque en ese tiempo los de en frente sí contaban sus campeonatos (quien sabe por qué ya no). Otros respondían “a Tigres”. Mi mente de niño no lo entendía: “¿por qué apoyar a un equipo con ese nombre y de color amarillo?”. Nacía ese antagonismo, esa rivalidad, esa coexistencia. El rayado y el tigre, el tigre y el rayado, como el día y la noche, el blanco y negro, el bueno y el malo. Dos antónimos perfectos, dos bandos, dos polos. Y en medio de esa pregunta tan repetida y de ese sentimiento polarizado surgía lo que para mí es lo segundo más bello del futbol: el clásico.
Y así como el gol es indispensable para el futbol, el clásico es necesario para nuestras aficiones. La gente foránea no lo comprende pero el futbol de la ciudad no sería el mismo sin el clásico. Una rivalidad tan exacta, un contrapeso perfecto. No es el clásico “grande” para los historiadores, ni el rating que vende para las televisoras, pero puedo asegurar que es el clásico de mayores emociones para los corazones. Y no lo digo por ser regiomontano, en realidad creo que es el derby que más se vive en el país y tengo mis razones. Emociones que se quedan, remembranzas que no se olvidan. En la calle, en la radio, en la tele o en el estadio, el clásico se vive.
Un juego que gozas o sufres aún sin verlo ni oírlo. “Gol de Almirón”, decía alguien en una fiesta a la que asistía de niño hace más de 20 años. No sabré de quien era la fiesta pero recuerdo muy bien mi incomodidad aún sin estar viendo el partido.
Una canción que disfrutas en la radio. “La paró Ruiz Díaz, la paró Rubén Ruiz Díaz” decía Toño Nelly en la RG, y mi alma vibraba con “la Bomba” deteniendo ese penal a Gasparini. Música para mis oídos.
Una película de terror para ver en la televisión como aquel 6-2 que se tragó Miguel Herrera y que con él, nos tuvimos que tragar todos.
Y un drama intenso vivido en el estadio. “Goool” gritaba la afición felina visitante en el Tecnológico. Yo volteaba hacia atrás en la tribuna de preferente, al centro, cerca de “la barra katarra” y un joven, vestido como barrista de tigres, tomaba un rosario con sus manos, serio, como pidiendo que el partido acabara. El narrador de la televisión ya decía que Tigres podría enfrentar a Pachuca en la final. Mi corazón se quebraba aun quedando minutos del partido hasta que el pie de Franco se atravesó. “Gooooooooooool”. Explotó el estadio. Momento emotivo, vibrante, sin igual. Un gol feo, un empate global y un pase a una final que no ganamos, pero aun así el gol más intenso de mi vida. Solo se le acercan las volteretas de final de 2009 y 2013. ¿La diferencia? Fue clásico.
Ese es el clásico. A veces los ganas y a veces lo pierdes. Te toca gozarlo o te toca sufrirlo, pero al final siempre vale la pena y lo sigues anhelando.
Ese es el clásico. Lo juegas al menos 2 días del año pero lo vives los 365 y lo recuerdas toda la vida.
Difícil imaginar el futbol sin el gol, difícil de imaginar nuestra afición, albiazul o amarilla, sin el clásico. El clásico nos hace, el clásico nos define, y aun cuando los más radicales no lo quieran reconocer, el clásico nos une. Gracias al clásico por enseñarme a vivir el futbol de esta forma y por definirme como rayado.
PD: Respecto al último clásico de liga en el Tec, “el clásico de los inconformes”, no tengo mucho que decir. Los antiBarra celebrarán si se gana a lo Barra, los #TigresDeNegro brincarán de alegría si se gana a lo Tuca. Cuando las emociones son tan intensas, las formas pasan a segundo plano.
PD 2: No me extrañaría que Monterrey saliera inspirado y echado al frente al inicio del partido, pero creo que Barra debe ser paciente y volver al futbol que le dio puntos, partir la cancha si es necesario, asegurar bien la retaguardia y aprovechar los espacios adelante. Tuca no se saldrá de su guion, buscará la posesión y seguramente la tendrá. El primer gol será determinante para el partido, pero como dice el dicho: “en un clásico todo puede pasar”.
Por: Carlos Orozco (@absalon78)
Tomado de: zonarayada.com
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